TERREMOTOS Y MAREMOTOS : LIMITES A NUESTRO FESTIN (POR AHORA ILIMITADO)
Igor Parra
El mes de mayo del año 1960 vivía mi primera infancia en la ciudad portuaria de Iquique cuando ocurrió el famoso terremoto y maremoto que hundió algunas provincias chilenas, y azotó toda la costa del Pacífico. Años después, casi adolescente, viajamos con mi familia a través del río Valdivia hasta el océano Pacífico. A lo largo del trayecto de varias horas lo más impresionante para mi fue ver los barcos empotrados en la selva, varios metros por encima del nivel actual del río. La húmeda selva valdiviense intentaba digerir en su verdor frío y luminoso esas inmensas moles de acero a las que la ola del maremoto de 1960 arrancó de su horizontal trayecto fluvial, para acunarlos sobre los pacientes arboles.
Varios terremotos viví en Chile durante mi infancia, de mayor o menor intensidad, todos nos asustaban, aunque supiesemos cómo actuar, dónde protegernos. El último con cientos de muertos que viví in situ me pilló dando clases en Alhucemas el mes de Febrero del 2004. Dormía en un cuarto piso del centro de la ciudad, cuando me despertó el balanceo de la cama, el ruido del edificio, y los gritos de mis vecinos; las miles de personas corriendo por las calles hacia ninguna parte con cada una de las réplicas, que fueron fortísimas en esa ocasión, dan, apenas, una vaga idea de lo que uno piensa cuando se ve en las caras de los compañeros de desgracia que ha llegado el último minuto y segundo de la vida.
Ante la muerte, que esos días ví de cerca en el norte de Africa, uno observa el principal límite de la vida, pues es su final indeclinable. La muerte de familiares, conocidos, vecinos de mis alumnos rifeños me acercó mucho a la humanidad común que nos solidariza fuertemente ante la desgracia. Esta, la solidaridad, es una de las claves principales de la extraordinaria capacidad social humana de sobreponerse a catástrofes naturales, y sociales también.
Ahora en Japón observamos atentamente el comportamiento del conjunto social ante la destrucción de vidas y cosas, y a mi me admira la serenidad que aún se observa en la zona afectada por el maremoto. Un límite para hacer sonar las alarmas regionales y “planetarias”-como diría mi amigo Eudald Carbonell- sería la pérdida de esa serenidad y disciplina social.
Al mirar con cierto detalle el comportamiento de la compañia eléctrica propietaria de la central nuclear más afectada, la de Fukushima, vemos que algunos medios locales e internacionales comentan su falta de transparencia informativa tanto en la difícil hora actual como en periodos anteriores. Porque resulta que esta planta ya había tenido problemas de funcionamiento, y según un informe norteamericano, incluso un problema de diseño. La falta de transparencia informativa se convierte pues en un limite social muy importante a la hora de posicionarse en contra o a favor de la energía nuclear. La política del perfil bajo en los temas ambientales siempre es negativa, pero lo es doblemente en el tema de la energía nuclear.
Lo único que une, de forma clara, al menos para mi, lo acaecido en Japon con el problema de los residuos radioactivos de origen militar norteamericano en Andalucía, en la localidad de Palomares, es precisamente la opacidad informativa. A pesar de que la magnitud del problema de contaminación aquí en Palomares es infinitamente menor en relación a Japón, el común denominador es ese límite que apuntaba más arriba: cero política inteligente de comunicación. Y esto es lo que mueve a la profunda desconfianza hacia la industria nuclear, así, este limite social a esta tecnología ya ha paralizado su expansión en diversos territorios en los cuales imperan los regimenes democráticos, es decir varios paises de Europa y los Estados Unidos de América. Es probable que lo que esta ocurriendo ahora mismo en Japón vuelva a paralizar socialmente la expansión del sector energético nuclear tanto en el propio Japón como en Europa.
La enseñanza inmediata de lo que acontece ahora mismo en el principal archipielago asiático es que en materia nuclear los limites de la seguridad no pueden basarse en medias aritmeticas. Nuestra memoria del sistema natural nos enseña claramente que las magnitudes de los terremotos y de los maremotos sobrepasa el registro histórico reciente. Sin ir muy lejos del mediterráneo recordemos la desaparición total de la ciudad siciliana de Messina el año 1908 por causa de maremoto, y siempre en el mediterraneo, hace 3500 años atrás, otro maremoto destruyó completamente una gran civilización del mediterráneo central. Probablemente esas gigantescas olas quedaron reflejadas para siempre en nuestra memoria occidental a través del texto biblico que narra el hundimiento del ejercito egipcio que persigue a los hebreos.
La conclusión operativa de la observación de todos estos limites es que construir centrales nucleares cerca del mar siempre será una gran temeridad, acrecentada por la historia sismica del lugar. Esto último debiera descartar la localización de cualquier central nuclear, si se llegaren a construir en las costas españolas, y en general en las mediterráneas, así como en las de Perú, Chile, Ecuador y Colombia.
Si algo ha caracterizado la evolución humana es que solemos aprender, a veces con dificultad, las enseñanzas tremendas que reiteradamente nos procura nuestro entorno natural. En el momento actual este asunto de construir o renovar las autorizaciones a viejas centrales nucleares en funcionamiento se transformará en un eje importante de la vida política, es decir será un límite conceptual de la organización social (sus fuentes de energía) que influirá próximas elecciones democráticas. Mis compañeros alemanes están a punto de recoger muchos votos por su clara politica antinuclear, que movilizará un espectro social muy importante, incluso de la tradicional y conservadora derecha alemana. Con esto, que pasará en breve en Alemania, muchos habrán de pensar seriamente en los limites del actual crecimiento ilimitado del consumo de energía, por una parte porque no se puede crecer ilimitadamente en base a recursos finitos, y por otra porque los aparentemente ilimitados, como el nuclear (el uranio es un mineral finito), son peligrosos.