jueves, 24 de febrero de 2011

Violencia social

 SALAS DE TORTURAS Y TOROS

Igor Parra


Es una triste realidad que la tortura como instrumento de control social a través del terror se ha mantenido en amplias zonas del planeta.
En la tortura entran en juego varios factores que hacen de esa experiencia un trago duro de sufrir. Además los efectos tanto físicos como sicológicos de la misma pueden durar decenios.
En mi caso particular esos efectos sicológicos me duraron desde los 15 años, momento en que fui torturado por la DINA de Pinochet, el año 1974, hasta la provecta edad de 45 años, y aún hoy, a los 52, arrastro un problema de visión ocular que me lleva a restregarme convulsiva y violentamente los ojos varias veces durante el dia, pues en mi caso los electrodos me los pusieron precisamente en las orbitas oculares. 
Por esto, cuando se habla de tortura sé positivamente de lo que se está hablando, pero no desde el lado de los observantes sino de los pacientes.
Una sesión de tortura es algo tremendo pues pone a prueba todos los sentidos de que es capaz el hombre como especie. Esos sentidos se enfrentan al esfuerzo del torturador por hacerte sufrir de forma alterna, pues a veces y durante mucho rato crees que te mueres literalmente. Para pasar después a momentos menos intensos en los que llegas a sufrir por anticipado, es decir saben provocarte con precisión médica un estado de terror que, en sus momentos más perfectos, según la óptica y fines del torturador, te hace desear intensamente la muerte. Ese es el momento más crítico, pues es ahí donde el que te inflinge ese dolor controlado al milímetro intenta quebrar tu voluntad.
Pero normalmente son raras las sesiones de tortura que duran una sola vez. Yo tuve mucha suerte, pues me salvaron mi padre, un general, Bonilla, al que poco después "se le cayó el helicóptero". Pero llegué a pasar por 4 sesiones de ese tipo, primero intimidatorias y muy violentas en un regimiento, y después en una casa secreta de la policía política de Pinochet.
En otro momento comentaré la lenta recuperación, y las razones por las que el año 1985 perdoné a mis torturadores. Aqui quiero mostrar que mi pensamiento sobre la tortura tiene bases empíricas directas, personales.
Dicho esto creo que mis queridos compañeros de tantas cosas buenas por las que he luchado, y lucho, se equivocan cuando dicen que los toros son torturados hasta la muerte en "cámaras de tortura".  Su planteamiento genérico es atendible como una opinión contraria a la práctica del toreo de espada, que acaba con la muerte del toro, pero cada vez que leo que las corridas de toro son una tortura en una cámara de tortura, me siento agobiado por los recuerdos de mi lejana experiencia, porque no corresponde para nada a lo que el animal tetrápodo pasa en la arena, en relación, sensu stricto a lo que es una sesión de tortura. Por lo tanto si no se corresponde a esa otra realidad para qué oponerse con una media verdad a algo que puede tener otras formas de suscitar oposición social al toreo. 
Para mí es mucho más preocupante las más de 50 mil toneladas anuales de tiburón que las flotas españolas del Cantábrico y del Atlántico pescan cada año, pues muchas de esas muertes son efectivamente como una tortura medieval: los pescan les arrancan las aletas y los devuelven al mar desangrandose. Sobre esta masacre sistemática, que además afecta muy negativamente el equilibrio ecológico de los mares, no hay aún campañas rotundas en España.
En la corrida un torero poco diestro puede infligir un sufrimiento  largo al toro, que rara vez pasará de media hora, a lo sumo. En una  sesión de tortura media hora es el primer precalentamiento que te dan, es el momento en el que te empiezan a educar en ese juego de "verdad-mentira" que llega a enloquecerte, es una lenta y sufrida media hora, porque a veces parece que fuese la última de la vida. En ese lapso te enseñan de forma brutal cómo saben usar los instrumentos de tortura y cuáles son tus límites. En esa media hora uno decide si se va a quebrar o no, después el trabajo del torturador y de su instrumento, la tortura, consiste en quebrarte de todas maneras sea cual sea tu decisión, sin prisas y con pocas pausas.
Ni en el mejor de los sueños de un torturado se encuentra la fabulación delirante de que puedas dar un salto y empitonar con algún objeto al que te está destrozando de a poco. Y el toro en su tránsito a la muerte puede darle más que un susto al torero, sólo por este hecho hay una básica diferencia conceptual y estetica  entre la tortura y una corrida de toros con suerte de espadas.